Nos falta llenar la casa de amigos. De olores. De nuevas experiencias. Nos falta llenar la casa de vivencias, de estar ahí pasándolo bonito. No quiero decir que la pasemos mal ahora, pero esta madrugada tuve mi primera experiencia de disfrute pleno de la casa.
Era de noche y nos sentamos en el banco de mamá. Es el banco de mamá, porque ella se sentaba a fumar un pucho ahí de vez en cuando. Es el banco donde yo le contaba lo plomo que se había puesto mi novio o las ganas que tenía de matar a esa bruja en la oficina. Era el banco de nuestras confidencias, de nuestras charlas sin los hombres. Somos un racimo de rituales, y ese banco en mi memoria es madre y es secreto. Y es ausencia. Una ausencia gigantotota que se hace más grande cuanto más de cerca la miro.
Fue hermoso encontrarme haciéndole el aguante a una amiga mientras se fumaba un pucho otra vez en esa actitud. Fue volver a conectar con ese fondo hermoso que tenemos. Y sentir el viento fresco de la madrugada, y que el frío helado de las baldosas no moleste, porque uno está en casa. Es seguir afuera pese al frío. Pese al sueño.
A eso de las tres decidimos guardarnos. Subimos a la planta alta, porque la casa de mi infancia ahora son casi dos casas, incompletas y siamesas. Fuimos a mi taller. “Acá se siente el arte”, dijo Gaby mientras se acomodaba en el balcón virgen. Frazada al suelo por primera vez, en el que iba a ser mi balcón de niña y que ahora era mi rincón de abrigo, de cuidado… Un rincón nuestro.
Primer amanecer en el balcón que no será el último. Gaby se terminó su birra, Marido se bancó el alargue y apenas amaneció, me mandé a mudar.
2 comentarios:
Linda prosa.
Me gustó!
Besos
Gracias MissB ;)
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