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8.8.13

Gregoria S.

¿Viste cuando querés mucho, pero mucho, muchísimo algo?
¿Viste que ese algo es perfecto, brillante, redondo?
Es un sueño hecho realidad.
Es TODO.

Ese algo perfecto es, justamente, la mayor trampa.
Porque no existen las cosas perfectas.
Porque la vida y el tiempo. Porque la neurosis.
Y así, atrapados en el círculo del deseo que aspira a ideales que están lejos de la realidad, tratamos de llevar la cosa. Y nos enojamos porque no todo sale. Y rabiamos porque dejamos de encontrarnos. Y nos perdemos a nosotros mismos. Y nos dejamos de reconocer como individuos y nos transformamos en un conjunto de problemáticas nuevas que no sabemos manejar. Que no podemos manejar. Y somos un puñado de huellas raras al viento, y esa estúpida sensación de control que tan seguros nos traía se va corriendo, muerta de risa, atrás de un globo rojo que flota hacia el infinito.

Este proceso kafkiano me está costando bastante. Pago el precio porque apuesto a nuestro proyecto de familia, pero el futuro inmediato no me llena de ilusión. Nunca fui una Susanita. No me siento poderosa blandiendo mi abdomen como si fuera la espada de Grayskull. Nunca fui una mina maternal, y me da la sensación de que nací sin la glándula del instinto "ídem".

Nunca en la vida me había sentido tan vulnerable como en estos últimos meses.
Y me cuesta.
Me cuesta bancarme no ser yo. No aguantar. No poder. Me cuesta tener que dejar que otros se ocupen. Me duele no poder seguir con mi ritmo de vida y tener que pausar o apurar todos mis planes...
Y al mismo tiempo, agradezco no sentirme tan mal como otras. Y celebro cada patadita que este proyecto de persona me propina, porque son señales de que todo marcha bien. Y me alucina la magia y sabiduría del cuerpo, porque vamos, que si esto no es magia no sé qué lo es...
Pero hay días en que la angustia de no poder hacer algunas cosas es más grande que la ilusión de estar pudiendo hacer otras.

Fede dice que es normal. Que no existe eso del "instinto" maternal. Que el hijo hace a los padres, y que después los padres hacen al hijo.
Mientras tanto, afuera, la ciudad duerme...
Y yo cierro los ojos esperando que Freud tenga razón.