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22.5.12

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Abrir las puertas de casa es hermoso, y me había olvidado cuánto.
La casa parece casa, parece hogar, parece nuestra. Es otra forma de reclamar el espacio perdido. Ese espacio cedido, prestado, embalado, escondido.
Me acuerdo de cuando esta misma casa recibía sin temblar a unas treinta personas. Cenas de fin de año, cumpleaños, fiestas... Era una casa abierta, el punto de reunión para todos... Pero el tiempo pasó. La familia creció y crecimos nosotros. Los viejos patriarcas desaparecieron, y sin ellos se notaba que en realidad, entre parientes no nos queríamos tanto.
Y después yo me fui. Viví en otras casas, con otra gente, con visitas menos numerosas pero más frecuentes. Y las razones para reunirse eran otras... y las excusas para no hacerlo también.
Todavía no me acuerdo para qué sirve una casa grande. O tal vez me estoy acordando ahora.
Creo que extraño cuando todo era menos virtual.
Quiero que volvamos a juntarnos de a miles en el fondo de casa. Y entrar porque se hizo de noche, y pelearnos por quien se apoya contra la estufa. Y batir diez cafés en una taza grande, para hacer más rápido.
Ya no estoy segura de cómo se disfruta una casa tan grande, pero está clarísimo que para mi tiene algo que ver con llenarla de amigos, de afectos, de nuevos recuerdos.
Abrir las puertas de casa es hermoso, y ya me estoy acordando cuánto.

2 comentarios:

Srta Bennet dijo...

Te tomo la palabra eh? mira que el 37 nos deja cerca y el 95 tmb :P

besos te quiero.

¨ce_ dijo...

Ea! Tienen que venir :)